Desde 1971 ya no hay nadie en Urdiales de Colinas, León. Si acaso algún viajero perdido como tú que mira desde lo alto sus tejados de pizarra, negra como el alma de algunos. Ahora ya está totalmente aislado, sin que nadie en sus calles se salude o se diga hasta luego. En Urdiales de Colinas todo dice adiós.
Ganadería y centeno
Ahora la nieve puede caer sin miedo y anegar los recuerdos y la memoria de un pueblo en el que la ganadería y el centeno daban sustento a las treinta y cinco familias que vivían allí. Aisladas. Escondidas. Silenciosas. Esperando un futuro que no ha llegado.
Ni cura, ni médico, ni fiestas…
Ya no viene el cura a dar misa. Ya no llega el médico a caballo. El cartero no trae ni buenas ni malas noticias. Ya no se celebran las fiestas de la Virgen del Rosario. Ya no se hila lana. Ya no se charla a la luz de la lumbre. Ya no se acaricia la gente en cualquier esquina oscura. Ya no.
La mina les llamó y cambiaron los techos negros de pizarra por la negrura del carbón y por Bembibre. Eso sí, todavía hay alguien que rehabilita una de sus casas. Todavía
¿Cómo aguantar tanta belleza coaxial?…
El otoño
Lo que sí está es el otoño, quizás la estación que mejor le sienta a este pueblo. Con sus árboles rojizos, sus atardeceres lentos, pero constantes. Con sus rocas preparándose para el invierno y para el frío, ese amigo incómodo que siempre te visita aunque no quieras.
Es todo tan raro en Urdiales de Colinas…
Es todo tan raro en Urdiales de Colinas, porque todo está tan aislado, pero todo tan cercano… Es como si la revolución digital hubiera llegado a esas calles cuando todavía no había pantallas que tocar ni que adorar. Es todo tan raro, tan extraño y placentero que dan ganas de quedarse allí para siempre, aislado, silencioso, esperando a que llegue un viajero con mochila y bota de vino al que decir «hasta luego»…
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(Imagen. https://www.elbierzodigital.com/)